Día 25: Disciplina (II)

Mientras escribo esto, estoy esperando por el almuerzo. Son las 14:00, más o menos, y acabo de volver de trabajar. Podría decirse, de un modo u otro, que la parte más importante de mi día se ha acabado. Puedo relajarme, leer pelotudeces en Internet, escuchar un disco, ver una serie, leer un libro. No sé. Las opciones son infinitas, si te pones a pensar.

 Sin embargo, estoy con tres pestañas abiertas: facebook, twitter, y ésta, donde escribo.  De fondo suena la tele. Casado con hijos. Nada rescatable del ruido blanco que es mi existencia a esta hora del día.
Desde el momento en que me levanté, pasadas las seis de la mañana, estuve reflexionando sobre lo que empecé a pensar ayer: la disciplina. Eso y como se forman los hábitos y los vicios. En vez de, no sé, poner en práctica lo que quiero que sea un hábito, me puse a procrastinar haciendo alguna otra huevada.
Igual que ahora, que estoy escribiendo esto en vez de estar haciendo otra cosa.
Bien, yendo al grano, pensaba sobre los hábitos. No sé donde leí que uno tiene que repetir una acción durante dos meses de manera regular para que uno la interiorice y empiece a realizarla de manera más automática. No creo que sea tan así. Capaz que nos acostumbramos y se nos hace más fácil a medida que pasa el tiempo, cuando estamos en los comienzos de la curva de dificultad. Por eso es tan importante que le pongamos pilas al comienzo, cuando estamos atraídos por la novedad.
En el proceso hasta que algo se hace hábito, es muy sencillo que rompamos esa incipiente rutina. MUY sencillo: ya sean cinco minutos más en la cama, veinte minutos más en la compu, una tentación on the road que se sale de la dieta establecida, es terroríficamente simple salirse de eso que estamos tratando de construir. Sabotearse es muy, pero muy sencillo.
La parte mental nos juega medio en contra. El cuerpo está (mal)acostumbrado a que respondan todos sus caprichos, y que la mente le marque la cancha le cae para el culo. Por eso el hambre, los antojos, las tentaciones. Todo eso se trabaja desde la cabeza, y lleva tiempo, templanza.
Es difícil crear un hábito saludable, como una rutina de ejercicios o llevar una buena dieta. Pero a la hora de hacer balances, es la mejor manera en que salden las cuentas.

Día 24: Disciplina

Ayer tuve un mal día en el entrenamiento. Suele pasar, claro. No siempre se puede correr como uno quiere o desearía. El trabajo, el estudio o simplemente la vida hace que tengas la cabeza en cualquier lado y no puedas concentrarte a la hora de seguir una rutina de ejercicios. Nos pasa a todos, en algún momento.

A mí me pasó ayer.

Ya había entrenado enfermo, o sin estar al 100% o con algún «pero» metido entremedio de la cabeza. Más allá de como el cuerpo se siente con esto, afecta mucho al tema de la concentración. Creo que el running, o el hecho de correr, es una actividad muy mental: al ser un deporte que se practica solo (aunque se entrene con otra gente, y se hagan fondos o pasadas en grupo), uno se pasa todo el tiempo rumiando algo en la cabeza: el trabajo, las chicas (?), alguna preocupación, sobre lo que leyó, escuchó, vio en la tele, cosas pendientes, algún cumpleaños que se acerca, etcétera. Además de como viene la zancada, que mierda es esa puntada debajo de las costillas, posta me duele la rodilla, como estarán las zapatillas, cuanto falta para la próxima carrera, que tiempo estaré haciendo, y así. En la pista y en la calle los sitios hacia donde se dispara la cabeza son infinitos.

Por eso, la concentración es importante, sobre todo cuando se trabaja en pista. Hacer pasadas a un ritmo determinado, controlando el ritmo, la zancada, el braceo, además de las sensaciones, para ver donde está uno, puede resultar tedioso. Más si uno ha tenido un mal día y se encuentra agotado.

Mi trabajo, particularmente, requiere mucho esfuerzo físico. A veces, más de lo usual. Casos excepcionales, claro. El martes tuve un día muy cargado laboralmente, y la verdad que no tenía ganas ni me sentía en forma para poder hacer bien los trabajos. La mente me dijo basta, y por más que una parte de mi quisiera seguir entrenando, la parte precavida de mi cabeza la puso en su lugar: entrenar así no te va a hacer bien, dijo, y el cansancio hizo el resto. Fue parar, agarrar todo e irse a las duchas. Un día desperdiciado.

Al volver a casa, me puse a pensar en la falta de disciplina. Cuando uno se compromete, con un objetivo claro, tiene que seguir hasta donde se pueda para completar ese objetivo. Un hombre tiene que superarse constantemente, en palabras de Bruce Lee. Yo ayer no estuve a las alturas de las circunstancias. No tanto por el sufrimiento en sí, sino debido al miedo. Ese es el rival a vencer: no los tiempos, no uno mismo, no a los demás. Es al miedo que nos impide arrojarnos con todo nuestro potencial sobre algo a quién tenemos que hacerle frente y derrotarlo. En la pista, en la calle, en las carreras, en la vida.

Disciplinarse es un modo de derrotar los miedos, un paso a la vez.

Un día que se pierde es un día que no se recupera. Mañana se entrena. Y más vale afinar las herramientas que te permiten dejar todo cuando hace falta jugarse.

Día 12. Correr en serio: LANPASS 3K

Antes de pasar a lo que importa, un breve resumen: Ha sido una semana complicada. Le he agarrado la mano a la dieta, me he soltado bastante en la cocina, y hasta le he encontrado el gusto al entrenamiento de técnicas y pasadas, Al sacrificio. Esto supone un severo adelanto a cuando no me gustaba. Me he reencontrado, Murakami mediante, con la lectura y el placer de escribir. He recibido grandes noticias desde lo laboral. He crecido un poco también desde lo material, pero esto es lo de menos.

Esta semana siento que he madurado algo.

Por supuesto, lo que la vida da por un lado te lo quita por otro, así que otra vez he caído enfermo. Ha sido un invierno (porque este frío hediondo y artero se las arregla para seguir insistiendo a pesar de encontrarnos a las puertas de octubre) muy largo y muy cruel. Me enfermé muchas veces más de lo normal y, desde que he empezado a entrenar, no tardé en caer enfermo de vuelta. Una gripe, un resfrío o la puta mar en coche que corresponda, de vuelta. Es complicado entrenar así. Perdí dos días (el viernes lo tuve libre por la carrera de hoy) por estar en cama y medio que me pasó por las pelotas eso. Bastante. Estoy extrañando correr.

Ahora sí: Lo que importa.

En twitter tiré, medio en joda medio en serio, que hoy quería hacer debajo de los 12 minutos en los 3 kilómetros de la prueba participa de Lanpass. Eso es un ritmo por debajo de los 4:00/km. Tenía mis dudas, no lo niego: es un pace complicado, vengo de un párate muy largo y recién he empezado a entrenar hace once días. Por dentro me decía que cualquier tiempo debajo de los quince minutos estaba bien. No te desvivas. No te sobreesfuerces. No es el objetivo, al fin y al cabo. Lo tuyo está a 70 días, es una cosa completamente distinta. Es otra clase de desafío. Y sin embargo, ahí estaba.

«Marcá el ritmo tipo cuatro por kilómetro», le dije a Sebastian, cuando ingresamos a los corralones. Él tenía una pulsera de entre 3’30» y 4’00″/km y yo, mucho más precavido, una de entre 4’00» y 4’30». Estas pulseras son necesarias en carreras con mucha gente, como la de hoy (la organización acusaba más de tres mil corredores, yo calculé unas dos mil personas, pero que mierda sé yo de multitudes, ¿no?), para tener una largada medianamente ordenada: corredores de élite al frente y para atrás se van ubicando mientras más lentos sean. Sin embargo, los corrales se unificaron y yo largué con corredores de cinco minutos el kilómetro para arriba al lado, estando a un metro del arco de largada. Gajes de la carrera. Faltaban cinco minutos cuando le dije eso del ritmo a Sebastian. Pensaba que si corríamos entre 4’00 y 4’30 no íba a ser una mala carrera. Las condiciones no permitían para mucho más. Hizo un día frío, con mucho viento cruzado, no habíamos calentado nada y nos metimos al corralón faltando ocho minutos. Para matar el tiempo, más que nada, hice unos estiramientos y daba saltitos en el lugar. Odio esos minutos muertos, ese garbage time, que hay entre el momento en que terminaste la rutina de warm up y esperas la largada. Mirando hacia el grupo de gente que se iba amontonando, vi varios siguiendo la rutina de aerobics que hacían desde el gimnasio. Me desentendí de todo eso.

Siguieron pasando los minutos. Saludé a Beto, que corría la distancia larga. Les deseé suerte a Sebastián, a Jorge, a Estefi. Cada uno iba con su propia idea de carrera metida en la cabeza, con sus propios objetivos y sus miedos. Esos momentos previos a largar son difíciles en ese sentido: me asaltan muchas dudas sobre el ritmo, si estaré en estado, si la condición aeróbica me ayudará, si que esto y lo otro. Da lo mismo si es una carrera de 3, 5 o 10 km o una maratón. Esas dudas siempre están. Faltando treinta segundos empezaron a sonar los acordes de Enter Sandman. Se venía la largada.

Llegó el cero e inmediatamente quedé relegado respecto a Sebastian. Mis salidas suelen ser lerdas pero ahí nomás entro en ritmo, así que mucho no me preocupa. Me le acerqué, íbamos en el pelotón de punta, y traté de seguirle el paso. El primer trayecto de la carrera era una recta de unos doscientos o trescientos metros y un giro de 180 grados, en el Monumento a la Leona, donde está el carrito de choris de «El Dante». Sebas tomó la curva delante mío, medio incómodo y aflojé el ritmo para que se acomodara. Después del giro seguía unos cien metros rectos y  lo que se llama la viborita, un trayecto sinuoso, con poco declive, que va bordeando un rosedal. Mientras corría este tramo empecé a sentir un fuerte viento cruzado en contra. Bah, no tanto como sentir: había viento cruzado y molestaba.

Sebas iba ganando metros de manera lenta pero constante y yo trataba de acomodar un ritmo más moderado pero que no significara aflojar completamente. Pasamos el primer kilómetro en poco más de 3’30. Es la única referencia que tengo porque después los circuitos se dividían y el de 3K no estaba señalizado. Íbamos rápido, estábamos corriendo por encima de lo que habíamos acordado. Apreté los dientes y no dejé que el dolor en los antebrazos me desconcentrara. Mi técnica de braceo es mala y me molestó que empezara a molestarme tan temprano en la carrera. No hubo otra que acostumbrarse. A pesar de esto íbamos muy pegados a los de adelante, tanto que podía ver el vehículo lanza que iba abriendo el paso.

Frente al SuperPark se dividía la ruta: hacía la derecha seguía el circuito largo de 10 kilómetros, y hacia la izquierda a la derecha. No es la mejor superficie el asfalto del Parque Sarmiento para correr, y menos en esa zona, donde el tránsito vehicular ha dejado muchos baches. Al frente, a unos cincuenta metros, se había desprendido el pelotón de punta, de unos seis o siete corredores, entre ellos Sebastian, y yo quedé solo. Me resigné a la idea de competir hasta la línea de llegada y me concentré en seguir a un ritmo un poco más fuerte de lo habitual. Tenía que terminar la carrera debajo de los 13 minutos.

Seguí el circuito, pasé por el carro de Luisito y entré de vuelta al parque. Faltaba poco. Iba bien. Estaba medianamente ahogado, así que trataba de mejorar la postura y estar atento a la zancada, al braceo. Iba solo. Al tomar la primera curva, al borde del Monumento a la Mujer, miré hacia atrás y vi que había mucha distancia entre donde yo estaba y el pelotón que venía detrás. Tenía que mantener ese ritmo. Sebas se había ido para adelante: cien metros y aumentando. No importaba. Esta era mi carrera y la tenía que correr así, problema a problema. Enderecé el torso y traté de normalizar la respiración, sin mucho resultado.

Una banderillera desinteresada me dijo que doblara hacia la izquierda. Otra hacia la derecha. Ya estaba de vuelta sobre la avenida en donde había partido. Estaba ahí.

Apreté el paso. Vi a mi primo con la cámara de fotos y traté de enderezarme lo más que pude para transmitir entereza, determinación. No sé si lo logré.

El arco se acercaba. Apuraba. La voz de la locutora pedía un fondo cuando en realidad debería pedir un sprintFucking noobs. Pasé las lomadas sin prestarles mucha atención. «Dale que falta poco», gritaron desde un costado. Dale, como si no estuviera exhausto. «Tenes que seguir», la voz en mi cabeza. «Tenes que meterle», las pocas energías que me quedaban.

«Metele a fondo», lo que quedaba de corazón.

Faltando cien metros tiré el sprint. Es curioso: no me puedo acordar bien de este tramo. Iba fuerte, sí, con todo lo que me quedaba, asustado por si alguien de atrás se me acercaba o no, por si alguien me comía o no en la manga. Era a todo o muerte. Ya veía el reloj. 11 minutos. ¿11 minutos?

¡11 minutos!

No importaban los segundos. Tiré todo,

Resultaron ser 11 minutos, 10 segundos. Todo. Ese tiempo era todo. Grité al cruzar.

Estaba de vuelta.

Estoy de vuelta.

Día 3. Cocinar.

Bife de cuadril con crema de mostaza y champignones

He cocinado muy poco en mi vida, como les comentaba ayer. Mi hermana, mi padre, mi tía en su momento, fueron los encargados que yo me alimentara a lo largo de todos estos años. No me enorgullece, claro, pero bueno, así fue como se dieron las cosas. Prefería estar haciendo otras cosas antes que cocinando. Casi cualquier cosa.

Por eso, aproveché esto de la dieta como un reto personal: para no joder a la gente con mis nuevas exigencias gastronómicas, iba a aprender por las buenas o por las malas como mierda se cocina. Al fin y al cabo, si los hombres de las cavernas aprendieron a cocer carne instintivamente, ¿cómo no iba a poder hacerlo yo si tengo el conocimiento de la Historia de la humanidad al alcance de la mano?

Desde que comencé el entrenamiento, he notado un ligero incremento en el hambre: tengo ganas de comer casi a cualquier hora.  Hoy empecé a manijar desde temprano para comer algo, y tenía ganas de experimentar para la hora del almuerzo algo que resultara sustancioso y rico: tomar unos bifes de cuadril y acompañarlos con crema de mostaza y champignones, sólo para darle un poco más de gusto. Como colación me preparé una ensalada de lechuga, tomate, huevo y atún, condimentada con jugo de limón. Y debo admitir que el resultado fue un golazo, y usé la idea de la crema para acompañar los fideos de la noche, para reemplazar la manteca y el queso.

Desayunando.

El proceso de cocinar, sin embargo, me resultó complicado: hoy por primera vez me di cuenta que no sabía hervir un huevo (gracias a @isaluini por el aguante vía whatsapp. Te adoro), ni preparar correctamente una ensalada. Pero bueno, se improvisa sobre la marcha. Salvo pequeños detalles, como olvidarme de colar el atún (ups!) y poner a cocinar primero la carne antes de tener el resto de las cosas preparadas, podría decir que el almuerzo fue bastante exitoso: por primera vez en mucho tiempo comí hasta sentirme verdaderamente saciado.

 Pero el almuerzo, por cuestiones de trabajo, es tarde, cerca de las tres de la tarde. Esto implica tirar desde las siete de la mañana en adelante con casi nada hasta esa hora. Y la verdad que no, ni en pedo. Así que los snacks de media mañana se hacen harto necesarios.

Por ahora he combinado yogur con cereales, jugo de naranja y fruta, preferentemente bananas y manzanas (los cítricos no se me dan bien), para «ir tirando». Tirando, porque esta mañana me sentía la encarnación de una hambruna ucraniana. Era toda la África subdesarrollada y desnutrida, mi estomago. No pensé que algo así me pasaría, jamás. Devoré el yogur, devoré las manzanas, bebí el jugo y hasta comí una barra de cereal para engañar la panza por un rato más.

En resumen, esto de cocinar me está copando, que sé yo. Habrá que ver que sale.

Día 2. Dieta.

Extraído del tumblr. Yummy, isn’t?

Si hay algo que me demuestra que no estoy listo para la vida adulta es mi incapacidad sistemática para llevar una dieta. O para prepararme la comida. O para hacer las compras, pagar las cuentas, sacar turno para el médico, hacer un trámite… En fin, se entiende. No viene al caso todo eso, sino el hecho que estoy haciendo dieta.

Para engordar.

Y no, no hay un app para eso.

«Bueno, te voy a explicar», empezaba el mail de mi primo, estudiante de Nutrición al que le hinché las pelotas hasta que me hizo la dieta. «Te voy a explicar porque es así», dice y me dice porque comer hidratos de carbono de noche y porque comer proteína de mañana y que sé yo y que sé cuanto. Sé que voy a tener que ir a una nutricionista eventualmente, para que me diga porque estoy tan flaco y como hacer para subir esos benditos 10kg que quiero subir antes de fin de año, pero por ahora el sacrificio de comer un plato de cereales me parece suficiente.

¿Ustedes saben el sabor a mierda que tienen las milanesas cuando las cocinas sin aceite? Horribles.

En fin, combinar dieta para subir de peso con ejercicio espero que traiga buenos resultados y me ayuden a aumentar el rendimiento. Además, tarde o temprano empezaré entrenamiento cruzado en un gimnasio para fortalecer la parte superior del cuerpo y esas cosas.

En fin. Comer porotos. Ese es mi futuro hasta fin de mes. Que mes de mierda.

Día 1. Volver.

Algo así, sólo que no, nada que ver.

Algo así, sólo que no, nada que ver. Pero mejor.

Llegó el día. No importó el frío descolocado del invierno tardío, ni tener las zapatillas equivocadas para esta clase de deporte, ni saber que faltaban horas, largas y tediosas horas, para volver al cobijo relajante de la ducha, al sueño de los justos que otorga la cama. Como todas las cosas inevitables, llegó el día y uno tenía que ponerle el cuerpo a las palabras.

Llegó el momento de volver a entrenar.

En lo técnico, se trató de un fondo de 55 minutos a ritmo suave sobre un terreno variado, pasando por barrios de la zona norte de Villa Allende. No llevé el celular encima así que no pude registrarlo en Endomondo, pero pronto lo haré. No al pedo pagué el app PRO y el puto premium (?). En cuanto al recorrido, los desniveles del terreno no supusieron mayor reto y el ritmo tranquilo no me complicó para nada desde lo aeróbico. La mala elección de calzado no molestó, pero se hicieron sentir: son zapas pesadas, con buen soporte y buen grip (son de tenis), pero duras y bastantes inútiles a la hora de correr. Una de las cosas más urgentes a mejorar en cuanto al tema indumentaria es eso.

A nivel personal fue fuerte. Redescubrir algo que te encanta siempre lo es. Mientras corría no podía dejar de preguntarme «¿por qué el parate? ¿por qué TAN largo? ¿por qué no volví antes?». Pero eso ya está, acá estamos. Un día más cerca de Mar del Plata.

Terminé agotado. Fisica y emocionalmente. Alegre porque a Fede le gustó y siempre es bueno sumar gente a esta droga que es el running. Y bastante contento por el excelente grupo humano con el que voy a tener el privilegio de entrenar. Ojalá juntos se puedan lograr muchas cosas.

83 días

logo mardel

Uno puede mentirse. Negarse. Demorarse en detalles ínfimos para procrastinar lo máximo posible algo que sabe que va a terminar cumpliendo. Que va a necesitar cumplir. Tarda días, semanas, meses. Años. Pero el cuerpo te reclama, te pide. Te busca.

Y si hay alguien que te busca y que te va a encontrar, es tu propio cuerpo.

La Maratón de Rosario quedó atrás. Fue la última carrera grande que corrí. Sí, también corrí la Energizer Night Race del año pasado y alguna otra 10K, pero el alma sabe que no es lo mismo. No es la misma fiesta, no son las mismas sensaciones.

No son los mismos desvelos.

Faltando una semana para Rosario, cerraba los ojos y ya me sentía en Santa Fe. Sentía la humedad del Paraná, el viento fresco de junio. La respiración se entrecortaba, el pulso se aceleraba. Faltaban días y uno ya estaba ansiando el desafío.

Nada te quita el sueño como tener cuarenta y dos kilómetros al frente.

No me malinterpreten. He corrido carreras más cortas y las he disfrutado. Carreras de tres kilómetros, de cuatro, de diez, de veinte. Por calles de tierra, asfalto, ripio, senderos en medio del monte. En medio de una ciudad que se aspira cosmopolita como Córdoba. En medio de un pueblo como Río Segundo. En medio de la sierra quemada en las cercanías de Villa General Belgrano. Pero nada, nunca, se comparó a sentir en las piernas el pulso de una ciudad como Buenos Aires. Nada te emociona hasta las lágrimas como la línea de llegada después de cuatro horas de batalla como me pasó en Rosario.

Eso, eso es indescriptible.

Por supuesto, quiero hacerlo bien esta vez. Hacer un trabajo progresivo. Empezar de cero y llegar recién en un año y medio o dos a la largada de una maratón. Pero sé que me estaría mintiendo y no vale mentirse. No cuando pensás en el desafío y el corazón se te dispara. No cuando estás anticipando el dolor faltando tres meses (¡tres meses!) y aún así lo único que te nace es una sonrisa. No sirve decirle al cuerpo que uno quiere otra cosa y este te pide. Porque el cuerpo te pide. Se conoce mejor que vos lo conoces. Quiere, desea, ruega por otra historia así. Por otras cuatro horas de castigo, de frustración, de todas las cosas que te pasan por la cabeza cuando estás ahí, en la calle.

¿Quién soy yo para negarme? Desde este lunes estaré a sólo 83 días.

Mar del Plata. Voy por vos.