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Día 12. Correr en serio: LANPASS 3K

Antes de pasar a lo que importa, un breve resumen: Ha sido una semana complicada. Le he agarrado la mano a la dieta, me he soltado bastante en la cocina, y hasta le he encontrado el gusto al entrenamiento de técnicas y pasadas, Al sacrificio. Esto supone un severo adelanto a cuando no me gustaba. Me he reencontrado, Murakami mediante, con la lectura y el placer de escribir. He recibido grandes noticias desde lo laboral. He crecido un poco también desde lo material, pero esto es lo de menos.

Esta semana siento que he madurado algo.

Por supuesto, lo que la vida da por un lado te lo quita por otro, así que otra vez he caído enfermo. Ha sido un invierno (porque este frío hediondo y artero se las arregla para seguir insistiendo a pesar de encontrarnos a las puertas de octubre) muy largo y muy cruel. Me enfermé muchas veces más de lo normal y, desde que he empezado a entrenar, no tardé en caer enfermo de vuelta. Una gripe, un resfrío o la puta mar en coche que corresponda, de vuelta. Es complicado entrenar así. Perdí dos días (el viernes lo tuve libre por la carrera de hoy) por estar en cama y medio que me pasó por las pelotas eso. Bastante. Estoy extrañando correr.

Ahora sí: Lo que importa.

En twitter tiré, medio en joda medio en serio, que hoy quería hacer debajo de los 12 minutos en los 3 kilómetros de la prueba participa de Lanpass. Eso es un ritmo por debajo de los 4:00/km. Tenía mis dudas, no lo niego: es un pace complicado, vengo de un párate muy largo y recién he empezado a entrenar hace once días. Por dentro me decía que cualquier tiempo debajo de los quince minutos estaba bien. No te desvivas. No te sobreesfuerces. No es el objetivo, al fin y al cabo. Lo tuyo está a 70 días, es una cosa completamente distinta. Es otra clase de desafío. Y sin embargo, ahí estaba.

«Marcá el ritmo tipo cuatro por kilómetro», le dije a Sebastian, cuando ingresamos a los corralones. Él tenía una pulsera de entre 3’30» y 4’00″/km y yo, mucho más precavido, una de entre 4’00» y 4’30». Estas pulseras son necesarias en carreras con mucha gente, como la de hoy (la organización acusaba más de tres mil corredores, yo calculé unas dos mil personas, pero que mierda sé yo de multitudes, ¿no?), para tener una largada medianamente ordenada: corredores de élite al frente y para atrás se van ubicando mientras más lentos sean. Sin embargo, los corrales se unificaron y yo largué con corredores de cinco minutos el kilómetro para arriba al lado, estando a un metro del arco de largada. Gajes de la carrera. Faltaban cinco minutos cuando le dije eso del ritmo a Sebastian. Pensaba que si corríamos entre 4’00 y 4’30 no íba a ser una mala carrera. Las condiciones no permitían para mucho más. Hizo un día frío, con mucho viento cruzado, no habíamos calentado nada y nos metimos al corralón faltando ocho minutos. Para matar el tiempo, más que nada, hice unos estiramientos y daba saltitos en el lugar. Odio esos minutos muertos, ese garbage time, que hay entre el momento en que terminaste la rutina de warm up y esperas la largada. Mirando hacia el grupo de gente que se iba amontonando, vi varios siguiendo la rutina de aerobics que hacían desde el gimnasio. Me desentendí de todo eso.

Siguieron pasando los minutos. Saludé a Beto, que corría la distancia larga. Les deseé suerte a Sebastián, a Jorge, a Estefi. Cada uno iba con su propia idea de carrera metida en la cabeza, con sus propios objetivos y sus miedos. Esos momentos previos a largar son difíciles en ese sentido: me asaltan muchas dudas sobre el ritmo, si estaré en estado, si la condición aeróbica me ayudará, si que esto y lo otro. Da lo mismo si es una carrera de 3, 5 o 10 km o una maratón. Esas dudas siempre están. Faltando treinta segundos empezaron a sonar los acordes de Enter Sandman. Se venía la largada.

Llegó el cero e inmediatamente quedé relegado respecto a Sebastian. Mis salidas suelen ser lerdas pero ahí nomás entro en ritmo, así que mucho no me preocupa. Me le acerqué, íbamos en el pelotón de punta, y traté de seguirle el paso. El primer trayecto de la carrera era una recta de unos doscientos o trescientos metros y un giro de 180 grados, en el Monumento a la Leona, donde está el carrito de choris de «El Dante». Sebas tomó la curva delante mío, medio incómodo y aflojé el ritmo para que se acomodara. Después del giro seguía unos cien metros rectos y  lo que se llama la viborita, un trayecto sinuoso, con poco declive, que va bordeando un rosedal. Mientras corría este tramo empecé a sentir un fuerte viento cruzado en contra. Bah, no tanto como sentir: había viento cruzado y molestaba.

Sebas iba ganando metros de manera lenta pero constante y yo trataba de acomodar un ritmo más moderado pero que no significara aflojar completamente. Pasamos el primer kilómetro en poco más de 3’30. Es la única referencia que tengo porque después los circuitos se dividían y el de 3K no estaba señalizado. Íbamos rápido, estábamos corriendo por encima de lo que habíamos acordado. Apreté los dientes y no dejé que el dolor en los antebrazos me desconcentrara. Mi técnica de braceo es mala y me molestó que empezara a molestarme tan temprano en la carrera. No hubo otra que acostumbrarse. A pesar de esto íbamos muy pegados a los de adelante, tanto que podía ver el vehículo lanza que iba abriendo el paso.

Frente al SuperPark se dividía la ruta: hacía la derecha seguía el circuito largo de 10 kilómetros, y hacia la izquierda a la derecha. No es la mejor superficie el asfalto del Parque Sarmiento para correr, y menos en esa zona, donde el tránsito vehicular ha dejado muchos baches. Al frente, a unos cincuenta metros, se había desprendido el pelotón de punta, de unos seis o siete corredores, entre ellos Sebastian, y yo quedé solo. Me resigné a la idea de competir hasta la línea de llegada y me concentré en seguir a un ritmo un poco más fuerte de lo habitual. Tenía que terminar la carrera debajo de los 13 minutos.

Seguí el circuito, pasé por el carro de Luisito y entré de vuelta al parque. Faltaba poco. Iba bien. Estaba medianamente ahogado, así que trataba de mejorar la postura y estar atento a la zancada, al braceo. Iba solo. Al tomar la primera curva, al borde del Monumento a la Mujer, miré hacia atrás y vi que había mucha distancia entre donde yo estaba y el pelotón que venía detrás. Tenía que mantener ese ritmo. Sebas se había ido para adelante: cien metros y aumentando. No importaba. Esta era mi carrera y la tenía que correr así, problema a problema. Enderecé el torso y traté de normalizar la respiración, sin mucho resultado.

Una banderillera desinteresada me dijo que doblara hacia la izquierda. Otra hacia la derecha. Ya estaba de vuelta sobre la avenida en donde había partido. Estaba ahí.

Apreté el paso. Vi a mi primo con la cámara de fotos y traté de enderezarme lo más que pude para transmitir entereza, determinación. No sé si lo logré.

El arco se acercaba. Apuraba. La voz de la locutora pedía un fondo cuando en realidad debería pedir un sprintFucking noobs. Pasé las lomadas sin prestarles mucha atención. «Dale que falta poco», gritaron desde un costado. Dale, como si no estuviera exhausto. «Tenes que seguir», la voz en mi cabeza. «Tenes que meterle», las pocas energías que me quedaban.

«Metele a fondo», lo que quedaba de corazón.

Faltando cien metros tiré el sprint. Es curioso: no me puedo acordar bien de este tramo. Iba fuerte, sí, con todo lo que me quedaba, asustado por si alguien de atrás se me acercaba o no, por si alguien me comía o no en la manga. Era a todo o muerte. Ya veía el reloj. 11 minutos. ¿11 minutos?

¡11 minutos!

No importaban los segundos. Tiré todo,

Resultaron ser 11 minutos, 10 segundos. Todo. Ese tiempo era todo. Grité al cruzar.

Estaba de vuelta.

Estoy de vuelta.